08 June 2007


La mayoría de los recuerdos de mi temprana infancia están ligados a mis abuelos, ellos eran para mí la versión original y mejorada de mis padres.
Mi abuelo materno es una de las personas que mas respeto y aprecio, a pesar de su carácter peleador y malhumorado con tinte de humor que nos llevan a peleas que nunca se aclaran, pero que terminan en grandes abrazos y emotivas palabras. Hace unos dias estuvo internado y desde entonces no paro de recordar mi tierna infancia, los flashback me atacan y el memento mori me estimula, me mueve, si es lo único cierto…
Cuando el tenía 9 años se escapo por primera vez de su casa, en Florida, el ambicionaba otra vida, que nada tenía que ver con grandes cocinas, miles de hijos y vacas con leche fresca todas las mañanas.
A los trece se fue definitivamente luego de una
pelea con su padre, suceso que nunca se perdonó, pero fue este pequeño gran paso el que lo colocó en la situación actual y en definitiva a mi también.
Así anduvo, de garufa, como el diría, conquistando mujeres y divirtiéndose con sus amigos, dias y noches en el “club ciruja”, sin perder obviamente la costumbre del trabajo honrado, algo que todavía predica, enseñanza familiar que quedó prendida como sanguijuela durante toda su vida. Así conoció a mi abuela, ella era de Mendoza, pequeño pueblo fantasma de ese mismo departamento, vivía con su familia de raíces italianas, trabajadores de los viñedos por tradición familiar. Ella era hermosa, frágil, sacada de una película de época y mi abuelo no tardo en enamorarse en cuanto paso por este pueblo. Además de conquistarla, la cortejó durante años con visitas esporádicas y miles de cartas de amor, hasta que cumplido todos los pasos necesarios, se casaron. Y así vivieron, de manera modesta, humilde y feliz, hasta que mi madre cumplió los tres años, y decidieron mudarse a Montevideo.
Mi abuelo tuvo que ampliar sus conocimientos para adaptarse a la gran ciudad, cosa complicada para alguien que terminó su etapa de estudios a los 9 años, pero como solo él puede, se ajusto, tomo cursos de reparación de radios y televisores y entre esto y algún otro trabajo, llevó una vida sencilla pero agradable en la gran ciudad. Así se fue convirtiendo en lo que yo llamo un inventor, como pocos, inusuales en esta época.
De pequeños nos fabricaba juguetes, desde carros hechos con una tabla y rulemanes, hasta armas de madera pirograbadas por el mismo. Todos los dias que nos quedábamos en su casa llegábamos con pedidos, nuestros juguetes por encargo. Llegamos a tener walkie talkies caseros, casas rodantes de niños, muñecos, grabadores de voz y un sin fin de juguetes artesanales, una especie de circo de Calder versión uruguaya.
Todas las tardes llegábamos corriendo, agitados, ansiosos, besamos a mi abuela y seguíamos directo al taller. Lugar preciado por mi abuelo quien llevaba un orden riguroso e indescifrable. Este lugar era todo lo que un niño podía querer o por lo menos lo que nosotros más queríamos en esas tardes de ocio. Estaba lleno de instrumentos y de objetos de inútil apariencia, que hacían que todo pareciera juguetes para nuestras lúdicas e infantiles mentes. Cúmulos de armazones, estopa, herramientas, cajas, envases, circuitos, alambres…
Luego con el tiempo descubrí la maquina de cocer de mi abuela y mis tardes de hacedora de juguetes terminaron para dar comienzo a mi etapa de vestuarista de muñecas, Carpe Diem...